El
pueblo judío, sin estado propio desde la destrucción del Primer Templo en 587 a . C., en
tiempos de Nabucodonosor II, había pasado varias décadas sometido,
sucesivamente, a babilonios, persas, la dinastía
ptolemaica de Egipto y el Imperio seléucida,
sin que se produjeran conflictos de gravedad. En el siglo
II a. C., sin embargo, el monarca seléucida Antíoco IV
Epífanes, decidido a imponer la helenización del
territorio, profanó el Templo (el Segundo Templo, reconstruido en
época persa), lo que desencadenó una rebelión, acaudillada por una familia
sacerdotal, los Macabeos,
que tendría como consecuencia el establecimiento de un nuevo estado judío
independiente, que duraría hasta el año 63 a. C.
En
este año, el general romano Pompeyo intervino en la guerra civil que
enfrentaba a dos hermanos de la dinastía asmonea, Hircano II y Aristóbulo II. Con
esta intervención dio comienzo el dominio romano en Palestina. Dicho dominio,
sin embargo, no se ejerció siempre de forma directa, sino mediante la creación
de uno o varios estados clientes, que pagaban tributo a Roma y estaban
obligados a aceptar sus directrices. El propio Hircano II fue mantenido por
Pompeyo al frente del país, aunque no como rey, sino como etnarca. Posteriormente, tras
un intento de recuperar el trono del hijo de Aristóbulo II, Antígono, quien fue
apoyado por los partos, el hombre de confianza de Roma fue Herodes, quien no pertenecía a la familia de
los asmoneos, sino que era hijo de Antípatro, un general de Hircano II de
origen idumeo.
Tras
su victoria sobre los partos y los seguidores de Antígono, Herodes fue nombrado
rey de Judea por Roma en 37 a. C. Su reinado, durante el cual, según
opinión mayoritaria, tuvo lugar el nacimiento de Jesús de Nazaret, fue un
período relativamente próspero.
A
la muerte de Herodes, en 4 a. C., su reino se dividió entre tres de sus
hijos: Arquelao fue designado etnarca de Judea, Samaria e Idumea; a Antipas
(llamado Herodes Antipas en el Nuevo Testamento) le correspondieron los
territorios de Galilea y Perea, que gobernó con el título
de tetrarca;
por último, Filipo heredó, también como tetrarca, las regiones más remotas: Batanea, Gaulanítide, Traconítide y Auranítide.
Estos
nuevos gobernantes correrían diversa suerte. Mientras que Antipas se mantuvo en
el poder durante cuarenta y tres años, hasta 39, Arquelao, debido al descontento
de sus súbditos, fue depuesto en 6 d. C. por Roma, que pasó a controlar directamente los
territorios de Judea, Samaría e Idumea.
En
el período en que Jesús desarrolló su actividad, por lo tanto, su territorio de
origen, Galilea, formaba parte del reino de Antipas, responsable de la
ejecución de Juan el Bautista, y al que una tradición tardía, que solo se encuentra
en el Evangelio de Lucas, hace jugar un papel secundario en el juicio de Jesús.
Judea, en cambio, era administrada directamente por un funcionario romano,
perteneciente al orden ecuestre, que llevó primero el título de prefecto (hasta
el año 41) y luego (desde 44) el de procurador. En el período de
la actividad de Jesús, el prefecto romano era Poncio Pilato.
El
prefecto no residía en Jerusalén,
sino en Cesarea
Marítima, ciudad de la costa mediterránea que había sido fundada por
Herodes el Grande, aunque se desplazaba a Jerusalén en algunas ocasiones (por
ejemplo, con motivo de la fiesta de Pésaj o Pascua, como se
relata en los evangelios, ya que era en estas fiestas, que congregaban a miles
de judíos, cuando solían producirse tumultos). Contaba con unos efectivos
militares relativamente reducidos (unos 3.000 hombres),[81] y su
autoridad estaba supeditada a la del legado de Siria. En tiempos de Jesús, el prefecto
tenía el derecho exclusivo de dictar sentencias de muerte (ius gladii).
Sin
embargo, Judea gozaba de un cierto nivel de autogobierno. En especial,
Jerusalén estaba gobernada por la autoridad del sumo sacerdote, y su consejo o Sanedrín. Las
competencias exactas del Sanedrín son objeto de controversia, aunque en general
se admite que, salvo en casos muy excepcionales, no tenían la potestad de
juzgar delitos capitales.
